GUSTAVO MARRONE | HIPOCENTRO
Del 18 de marzo al 22 de mayo.
Texto: María Moreno.
Fotos: Ignacio Iasparra.
GUSTAVO MARRONE | HIPOCENTRO
por María Moreno
Los objetos plebeyos–el mensaje primario “María cerveza y sexo”, apenas un borrón posible en la pared barriobajera , el cartel sandwich que jamás podrá ir con su anuncio más allá del transeúnte inmediato, el bando (ese resto medioeval), roto y orejeado – juegan como capas geológicas mediáticas y su materia oscura, literalmente callejera, de pintura asfáltica, arena y un óleo rebajado de su pretensión tradicional hasta parecer brea, son los blasones de este Hipocentro. Pero el hipo siempre se asocia a un nivel por debajo de: lo poco, lo falto, lo insuficiente (hipoacusia, hipotiroidismo, hipocalcemia). Poner esos objetos en el centro es provocar un sismo semántico. Recostados o de pie pero armónicamente separados y ordenados en el cuarto a la calle de un departamento, de esos que Olmedo llamaba “pipí cucú”(Cosmocosa), se muestran suntuosos como huevos de Fabergé. Ya se sabe: el vacío estetiza al objeto, orienta la mirada a su esplendor, le deja espacio para glorificar su forma; lo contrario al altar popular que abigarra y contamina porque allí no hay orden burgués sino orgía popular de ídolos.
Pero Marrone no estetiza: orgullece. Sus mensajes bajos son como las cajas de Mirinda de Marcelo Pombo, hipervestidas de moños para regalo o las ensaladeras y carameleras de Omar Schilliro, superpuestas como cálices barrocos; llevados al orgullo como la injuria en el orgullo gay, como esos carteles que la historia reutiliza para hacer al aguante a los perseguidos (“todos somos judíos alemanes”, “todas somos lesbianas” ) se politizan aunque a veces en solfa: basta recordar su serie Retratos en donde vergas de amantes, amigos y voluntarios, precisamente esas libras de carne que penetran, se chupan, eyaculan y también suelen arrojar su chorro caliente en una urgencia fisiológica sin prestigio (a la mierda, en cambio, ahora hasta le han hecho una Historia) fueron cuidadosamente retratadas por Marrone y él, a quien se le ha atribuido como “artista de la deformidad militante”, una “rusticidad deliberada” y el ¨mal dibujo¨ “programático” (precisiones geniales de Eduardo Stupía), nunca fue más elegante y necesitó que se las viera en álbum delicado y tomadas por guantes blancos. Digresión: allí tenía un antecedente “alto”: en un siglo no tan lejano el duque de Saxe Cabourg-Gotha tenía 300 “mascarillas íntimas” que fueron presurosamente quemadas por sus herederos no sin que antes la inspeccionara el barón Manfred de Manteuffel, quien preparaba un libro monumental para el Instituto de Investigaciones sexuales, llamado Falofisiognomonía, para lo que investigaba infatigablemente las grutas de Capri en donde interpretaba las formas de estalactitas y estalagmitas en busca de evidencias del culto fálico aunque además era un Lombroso de mingitorios capaz de concebir la identidad de los genitales más clara que la de los retratos y entonces solía irse tras cada hombre que se levantara para hacer pis, volviendo e menudo con un ojo negro pero con una observación científica y llegó a ver marcas del culto hasta en los puestos de panchos callejeros. “Infería de Suetonio que, bajo Domiciano, los agentes del fisco levantaban la túnica de los hombres en plena calle para descubrir a los judíos y hacerles pagar los impuestos y sacaba conclusiones” anotaba de él Rogerd Peyrefitte (fin de la digresión).
Dije que Marrone orgullece pero también degrada desactivando los “mensajes” con negro sobre negro o retrotrayéndolos a su pasado en construcción a través de planchas de esténcil en una especie de gráfica antiprensa. Es que el medio es el mensaje y todo eso pero el hipocentro (ver diccionario) también es la vertical profunda del centro de un terremoto cuyas ondas impedirían toda lectura. De ahí que las frases “seguro, seguro no hay nada”, “Puta vida”, “viendo qué hay” sean como escombros semánticos, ecos publicitarios en una cabeza limada (¿o liberada? ). La resistencia de estas obras a la proliferación de slogans –y Marrone que jamás se pierde un mínimo de referente autobiográfico vive en Once que es un modelo de eso –consiste en hacer que quede poco o nada, hasta de la hartera insinuación hipoinformativa pronunciada por el secretario de seguridad Sergio Berni luego de la muerte del fiscal Nisman “Alguien puede haber salido por esa puerta”. Si el sujeto es un relleno, como “pintó” Marrone en otra muestra (“El sujeto es un relleno nos superan las formas moldeadas sobre el asco que produce la conciencia de saberse carne”), “las formas moldeadas” del capitalismo mediático (pancartas, videos, mensajes de texto, marquesinas, cortos ,discursos, noticieros.), no permanecen, son ese relleno, entonces se sale por todas partes y no alcanzan a tapar el asco de un cuerpo sabido como meramente carnal. Pero para Marrone, que siempre ha dibujado unos monstruos felices por la picaresca de vivir, puro atentado contra el número de oro y que, a menudo, rompen el principio de simetría con una inmensa y única pata (¿sucia?), en toda carne, la conciencia es social, de clase y sexual. De ahí que Hipocentro también nos haga reír.